La otra Francia
Héctor Béjar
Los Premios Nobel de literatura y economía no son
inocentes. Obedecen a una tendencia y tienen un mensaje. ¿Qué quisieron
decirnos este año los jurados de Estocolmo que concedieron el Nobel de
literatura a Patrick Modiano?
Han premiado
a una voz singular, casi desconocida en el mundo. Sin embargo, sus seguidores han leído toda su
obra libro por libro, descifrando su forma lacónica de expresión, reconociendo los
lugares que menciona, buscando las claves de su actitud enigmática. Nombres, números de teléfono, escenas,
personajes, que retornan en cada obra.
Denis Cosnard, periodista de Le Monde, dice haber descubierto que muchos otros lectores de
Modiano tenían la misma obsesión. Seguirlo, descifrarlo.
Modiano evoca la otra Francia, aquella
que respira todavía debajo del mito de la libertad y la democracia.
He dicho varias veces en esta columna
que esa diosa laica maquillada con los colores de la libertad ha cometido y acompañado
los más horrendos crímenes de esta
época. Es heredera de Vichy, y ahora vota por Le Pen y Sarkozy.
Cité antes en esta misma columna el libro de Arnold
Toynbee La Europa de Hitler, donde el gran historiador reconstruyó lo que todavía se oculta: la Europa continental
que vivió bajo el régimen hitleriano de 1939 a 1945.
El periodista
británico Alan Riding escribió en 2011: Y siguió la
fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis. Cuenta que Sartre, Camus, Picasso y
muchos otros pasaron toda la guerra tranquilos y las fiestas que hacían
acababan en inmensas borracheras. Francois Mitterrand estuvo con Vichy durante
los primeros momentos, luego en la Resistencia, pero nunca quiso reconocer la
culpabilidad del Estado francés.
Antes de la ocupación
las autoridades crearon campos de concentración para los refugiados españoles. Cuando
Pablo Picasso pidió la nacionalidad francesa se la negaron.
La heroica Francia antifascista es una invención de
la guerra fría. Era necesaria para contraponerla a la influencia comunista. Los
verdaderos resistentes fueron anónimos, desesperadamente minoritarios, casi
todos comunistas, estigmatizados después en Las
manos sucias. Desde Sartre hasta Picasso la postguerra inventó una resistencia
que había sido en realidad una sobrevivencia, mientras que los verdaderos
resistentes fueron olvidados. Eso permitió promover a estrellas hegemónicas de
la cultura mundial y oponerlas a la ortodoxia estalinista.
En febrero de 2012 la revista Le Magazine Littéraire mostró que Gaston Gallimard (irónicamente el
editor del Nobel esta vez) permitió que su Nouvelle
Revue Francaise sea controlada por el nacional socialismo. El sindicato de
editores de libros prohibió más de mil títulos de autores comunistas, judíos,
masones e ingleses entre 1942 y 1943, a la vez que hizo la lista de 189 libros
a promover.
Sacha Guitry elaboró del film De Juana de Arco a Philippe Pétain. Colette era amiga del embajador alemán Otto Abetz y su esposa.
Jean Cocteau frecuentaba a los ocupantes. Hecho prisionero por los alemanes, Jean
Paul Sartre escribió después para Comedia,
periódico colaboracionista. Durante la insurrección de 1944, según Camus,
observaba a distancia las barricadas de Saint Germain des Prés. André Malraux
nunca tomó la resistencia en serio cuando era pobre y desarmada y se afilió a
ella recién en 1944 cuando se avecinaba el triunfo. Acabaría como Ministro de
Cultura con De Gaulle.
En cambio, el húngaro Georges Politzer y Jacques
Decour, editores de la clandestina La
Pensée Libre fueron fusilados en 1942.
En todo el mundo, incluida Latinoamérica, existen
sectores dispuestos a tolerar, ignorar o apoyar el crimen. Es el sector que
hizo y hace posible la tortura durante la guerra de Argelia, la Operación
Cóndor, las prisiones de Guantánamo, en fin, la dominación de los criminales.
Sin la pasividad, la tolerancia, o la cooperación de las víctimas, el crimen no
existiría. Quizá la condena del colaboracionismo contemporáneo sea el
enigmático mensaje de Patrick Modiano.
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