Héctor
Béjar
El Ministerio
de Economía y el INEI no han podido menos que anunciar que el Producto Bruto
Interno crecerá este año menos que lo previsto.
Era obvio que
basar el crecimiento del Perú en los minerales era repetir la trágica historia
de la economía basada en los ciclos de materias primas.
El primer
ciclo del oro terminó con la declinación de la monarquía española, el
enriquecimiento de los banqueros holandeses y alemanes a costa de la ruina
americana; y el empobrecimiento del virreinato peruano en el siglo XVI. Los reyes españoles
crearon una clase dominante burocrática, ociosa y rentista que no distinguía
entre el interés público y el privado. Sus costumbres de robarle al estado para
aumentar su fortuna siguen hasta hoy.
El ciclo de
la plata terminó con la caída del imperio español y su reemplazo por el
imperialismo inglés en los siglos XVIII y XIX. La república nació inválida como
lo señalaron en su tiempo José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Simón
Bolívar y José Faustino Sánchez Carrión. No tenía ciudadanos porque el Perú
estaba poblado por siervos acostumbrados al señor.
El ciclo del
guano acabó en la trágica guerra del Pacífico. Surgieron nuevas familias
dominantes: los consignatarios del guano y consolidados de la deuda interna
promovidos por Castilla y Echenique, llevaron el país a la quiebra ocasionando
que cientos de peruanas y peruanos (Grau, Cáceres, Ugarte, Bolognesi y muchos
más) den sus vidas y bienes por la Patria.
El ciclo del
caucho no dejó nada sino esclavitud y tragedia en la Amazonía.
El segundo
ciclo minero de fines del XIX acabó en la bancarrota del cobre, el plomo y el
zinc después de la guerra de Corea en los cincuenta del siglo XX. Quedó La
Oroya, una de las ciudades más contaminadas del mundo, con sus montañas de
escoria, sus humos tóxicos y sus aguas envenenadas. Un problema sin solución.
El ciclo de
la anchoveta acabó con la depredación del recurso. Lucho Banchero nos dejó la
segunda ciudad tóxica después de la Oroya: Chimbote. No pagó ni un centavo por
la anchoveta. Nada quedó en el país sino suciedad, mafias y delincuencia.
Luego en los
ochenta vino el ciclo de la coca que no ha terminado ni terminará mientras haya
30 millones de drogadictos en los Estados Unidos y otros tantos en Europa.
Desde el Alto Apurímac hasta el Ucayali, los ríos reciben toneladas de
kerosene, toda clase de desechos y ácido sulfúrico que vierten miles de
“exitosos” fabricantes del oro blanco.
Apostar por
un nuevo ciclo de los metales era absurdo. Pero los ricos de la CONFIEP asociados
a Fujimori lo hicieron porque no les interesaba el Perú sino las corporaciones
a las que se asociaron. La crisis desatada por la deuda externa de los ochenta
les permitió servir al denominado Consenso de Washington para vender a precio
de remate los bienes nacionales y abolir los derechos laborales.
Los chinos
necesitaban mucho cobre para sus nuevas ciudades, y mucha harina de pescado
para alimentar sus cerdos y pollos. Atemorizados por el riesgo de la
especulación global, los especuladores internacionales compraban y acumulaban
oro cuyo precio subió como la espuma. Mientras la empresa de los Benavides se
tragaba las lagunas de Cajamarca, miles de hambrientos bajaban del altiplano
para depredar el río Madre de Dios, arañar la arena, envenenar las aguas y
vender el oro a las mafias compradoras. Puerto Maldonado y sus alrededores
fueron (son) depredados y convertidos en alucinantes vertederos, como a su
turno otros hicieron con La Oroya, Cerro de Pasco y Chimbote.
Pero vino la
crisis inmobiliaria del 2008, la bancarrota de los estados europeos, la
recesión norteamericana. La locomotora china caminó más lento. La burbuja del
crecimiento globalizado explotó.
¿Qué le queda
al Perú después de la fiesta? Miles de familias depredando los ríos de la selva
para seguir buscando oro. La producción incontrolable de cocaína. Grandes
agujeros en vez de lagunas en Cajamarca. Aguas envenenadas en el Mantaro. Agotamiento
de las aguas subterráneas de Ica. Mafias robando en el gobierno central, los gobiernos
regionales y municipales. Bandas armadas que se disputan los contratos con el
estado. Sicarios. Una población en gran parte ignorante, malnutrida, mal
educada y desnutrida. Analfabeta en civismo. Cuando no hambrienta, engordada
con hamburguesas, salchipapas y pollos. Embrutecida por El Trome y el Canal 2. Una
ola de violencia, robo, asaltos, muerte se expande por el territorio nacional.
Es lo que
ellos, los neoliberales, querían. Un país sometido, envenenado, incapaz (por el
momento) de levantarse y decir ¡basta!
¿Quién pagará
por los grandes errores cometidos? ¿El pueblo como siempre?
Si no los
detenemos, continuarán hasta arrasar con la última brizna de país, con el
último resto de dignidad que nos queda. ¿Podemos decir: todavía nos quedan
patria y honor?
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