martes, 13 de enero de 2015

La fiesta está acabando ¿quién pagará la cuenta? ¿Podemos decir: todavía nos quedan patria y honor?



Héctor Béjar
El Ministerio de Economía y el INEI no han podido menos que anunciar que el Producto Bruto Interno crecerá este año menos que lo previsto.
Era obvio que basar el crecimiento del Perú en los minerales era repetir la trágica historia de la economía basada en los ciclos de materias primas.
El primer ciclo del oro terminó con la declinación de la monarquía española, el enriquecimiento de los banqueros holandeses y alemanes a costa de la ruina americana; y el empobrecimiento del virreinato  peruano en el siglo XVI. Los reyes españoles crearon una clase dominante burocrática, ociosa y rentista que no distinguía entre el interés público y el privado. Sus costumbres de robarle al estado para aumentar su fortuna siguen hasta hoy.
El ciclo de la plata terminó con la caída del imperio español y su reemplazo por el imperialismo inglés en los siglos XVIII y XIX. La república nació inválida como lo señalaron en su tiempo José de San Martín, Bernardo de Monteagudo, Simón Bolívar y José Faustino Sánchez Carrión. No tenía ciudadanos porque el Perú estaba poblado por siervos acostumbrados al señor.
El ciclo del guano acabó en la trágica guerra del Pacífico. Surgieron nuevas familias dominantes: los consignatarios del guano y consolidados de la deuda interna promovidos por Castilla y Echenique, llevaron el país a la quiebra ocasionando que cientos de peruanas y peruanos (Grau, Cáceres, Ugarte, Bolognesi y muchos más) den sus vidas y bienes por la Patria.
El ciclo del caucho no dejó nada sino esclavitud y tragedia en la Amazonía.
El segundo ciclo minero de fines del XIX acabó en la bancarrota del cobre, el plomo y el zinc después de la guerra de Corea en los cincuenta del siglo XX. Quedó La Oroya, una de las ciudades más contaminadas del mundo, con sus montañas de escoria, sus humos tóxicos y sus aguas envenenadas. Un problema sin solución.
El ciclo de la anchoveta acabó con la depredación del recurso. Lucho Banchero nos dejó la segunda ciudad tóxica después de la Oroya: Chimbote. No pagó ni un centavo por la anchoveta. Nada quedó en el país sino suciedad, mafias y delincuencia.
Luego en los ochenta vino el ciclo de la coca que no ha terminado ni terminará mientras haya 30 millones de drogadictos en los Estados Unidos y otros tantos en Europa. Desde el Alto Apurímac hasta el Ucayali, los ríos reciben toneladas de kerosene, toda clase de desechos y ácido sulfúrico que vierten miles de “exitosos” fabricantes del oro blanco.
Apostar por un nuevo ciclo de los metales era absurdo. Pero los ricos de la CONFIEP asociados a Fujimori lo hicieron porque no les interesaba el Perú sino las corporaciones a las que se asociaron. La crisis desatada por la deuda externa de los ochenta les permitió servir al denominado Consenso de Washington para vender a precio de remate los bienes nacionales y abolir los derechos laborales.
Los chinos necesitaban mucho cobre para sus nuevas ciudades, y mucha harina de pescado para alimentar sus cerdos y pollos. Atemorizados por el riesgo de la especulación global, los especuladores internacionales compraban y acumulaban oro cuyo precio subió como la espuma. Mientras la empresa de los Benavides se tragaba las lagunas de Cajamarca, miles de hambrientos bajaban del altiplano para depredar el río Madre de Dios, arañar la arena, envenenar las aguas y vender el oro a las mafias compradoras. Puerto Maldonado y sus alrededores fueron (son) depredados y convertidos en alucinantes vertederos, como a su turno otros hicieron con La Oroya, Cerro de Pasco y Chimbote.
Pero vino la crisis inmobiliaria del 2008, la bancarrota de los estados europeos, la recesión norteamericana. La locomotora china caminó más lento. La burbuja del crecimiento globalizado explotó.
¿Qué le queda al Perú después de la fiesta? Miles de familias depredando los ríos de la selva para seguir buscando oro. La producción incontrolable de cocaína. Grandes agujeros en vez de lagunas en Cajamarca. Aguas envenenadas en el Mantaro. Agotamiento de las aguas subterráneas de Ica. Mafias robando en el gobierno central, los gobiernos regionales y municipales. Bandas armadas que se disputan los contratos con el estado. Sicarios. Una población en gran parte ignorante, malnutrida, mal educada y desnutrida. Analfabeta en civismo. Cuando no hambrienta, engordada con hamburguesas, salchipapas y pollos. Embrutecida por El Trome y el Canal 2. Una ola de violencia, robo, asaltos, muerte se expande por el territorio nacional.
Es lo que ellos, los neoliberales, querían. Un país sometido, envenenado, incapaz (por el momento) de levantarse y decir ¡basta!
¿Quién pagará por los grandes errores cometidos? ¿El pueblo como siempre?

Si no los detenemos, continuarán hasta arrasar con la última brizna de país, con el último resto de dignidad que nos queda. ¿Podemos decir: todavía nos quedan patria y honor?

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