Si
ningún partido de izquierda logra superar el 5% en estas elecciones, la
izquierda será borrada del sistema político por muchos años.
La
derecha está trabajando para una ilegalización “legal” de los que no están
conformes con su sistema. A esa tarea colaboran quienes contribuyen a una
suicida dispersión del voto de izquierda.
Antes
dieron la Ley de Emergencia con Benavides y la Ley de Seguridad Interior con
Odría. Ahora les basta con la televisión y la reforma electoral.
Aprobarán una reforma electoral: suben las firmas necesarias para inscribir candidaturas, concentran la confección de listas en las cúpulas de Lima y subvencionan con dinero del Estado a los partidos del sistema. La izquierda quedará afuera, marginada.
La
verdad es que antes que eso suceda, el pueblo del Perú ya tiene cerrado el acceso
al sistema político. No les basta con una democracia de baja intensidad. Ahora
le han puesto cadenas.
La
democracia peruana es, en realidad, dictadura de las empresas, autocracia
mediática y plutocracia. O peor, está en camino a ser una narcocracia como ya
empiezan a declarar los propios comentaristas y analistas del sistema mediático.
Aquellos
que después de Velasco recapturaron el gobierno que debería pertenecer a los
peruanos y las peruanas quieren quedarse indefinidamente en el poder para
continuar lo que han hecho durante estos años: enriquecerse. Ya llevan 40 años
en el poder económico y político haciéndose elegir con trampas y nombres
distintos (Belaúnde, García, Fujimori, Toledo, nuevamente García, Humala) para
mantenernos encadenados a los poderes internacionales.
En
el noventa, los poderes transnacionales aprovecharon la tragedia peruana que
era consecuencia simultánea de la irresponsabilidad de las políticas económicas
inflacionarias de García y la sangrienta estupidez del terrorismo senderista, para
apoderarse del gobierno peruano; se instalaron en los ministerios y en el
congreso, con la decisión de no moverse más de allí. A cambio le dieron al pueblo,
la estabilidad ilusoria de una macroeconomía traducida en cifras manipuladas
sobre pobreza e inflación; el abastecimiento para los menos con almacenes
repletos de mercaderías que se miran o se compran con tarjeta; y, al mismo
tiempo, la inestabilidad en el empleo, la violencia delictiva en las calles y la
destrucción de los hogares. Le concedieron una paz basada en la alienación mientras
sofocan la protesta social. Una paz impregnada de inseguridad, incertidumbre y
delincuencia.
Se
concentró la propiedad de las cadenas de radio y televisión postergando
indefinidamente las licencias de los propietarios de radioemisoras y canales que
sirvieron a Fujimori a pesar de los comprobados delitos que sus dueños cometieron;
y además no les cobraron los impuestos que deben. Mientras se prohibió la
reelección de gobernantes regionales, provinciales y distritales, se mantuvo la
reelección indefinida de los congresistas. Mientras los profesores
universitarios deben cesar obligatoriamente a los setenta años según la nueva
ley universitaria, los mayores de setenta pueden seguir reeligiéndose
indefinidamente en el Congreso. Se usó el presupuesto del Perú para pagar
salarios del primer mundo a congresistas, ministros, viceministros y ejecutivos
(para comprarlos) mientras se mantiene con salarios del tercer mundo a
maestros, médicos, trabajadores y trabajadoras de la salud. Se aprobó mediante
el fraudulento referéndum de 1995, la Constitución de 1993 que prohíbe al
Estado tener empresas e intervenir en la economía. Se permitió y promovió el
embrutecimiento del pueblo con programas basura, se premió y premia con
anuncios estatales la destrucción de la dignidad y la moral que hace día y
noche la televisión. Se las ingeniaron para anular los estudios de historia y
educación cívica en las escuelas.
Promueven
el temor a la revolución, a las reformas, a la distribución de la riqueza, a
los salarios altos, a los derechos sociales.
Ellos
tienen ahora la sociedad que quisieron. La de pasarse todas las luces rojas en
todo y para todo. La sociedad convertida en el libre mercado de los principios
y las voluntades. Quieren un pueblo ignorante, inculto, sin educación cívica,
sin valores y sin memoria. Prefieren eso a tener que vérselas con una población
consciente de su dignidad y derechos.
Como
consecuencia tenemos una feria de tránsfugas en el proceso electoral. Ya no se
postula, se compra candidatos y éstos, a su vez, compran sus cupos en las
listas. Convertidos en clubes de ricos, los llamados “partidos políticos” fichan
(contratan) a las estrellas de las encuestas, tal como la FIFA promueve el
tráfico de jugadores. Si la FIFA trafica con los jugadores, el sistema
electoral peruano trafica con las conciencias.
No
debemos tolerar el infame pacto de hablar medias verdades, eufemismos y
mentiras disimuladas mientras nuestro país se hunde en el pantano.
Una
rebelión moralizadora y reivindicadora de los valores cívicos es necesaria para
impedir que el Perú siga rodando por la pendiente de la vergüenza. Podemos y
debemos decir la verdad sin extremismo, asumiendo la responsabilidad de las
tareas consiguientes que debemos realizar juntos.
Es
imprescindible exigir la apertura del sistema electoral a los movimientos
democráticos y al pueblo en general.
Pero
para ello debemos reconstruir nuestra relación con el pueblo.
En
las décadas recientes han surgido cientos sino miles de movimientos distintos
enfrentados a las acciones contaminadoras o saqueadoras de las grandes empresas
y el gobierno central. Es una izquierda social. Estos movimientos son
integrados o promovidos por grupos distintos, no siempre vinculados ni
articulados. Es un movimiento diverso, activo, pero disperso. En él operan
elementos sociales de todos los tipos, buenos y malos, morales y corruptos.
Decenas
de miles de líderes locales, comuneros, amazónicos, campesinos, obreros,
lideran las protestas. Algunos pertenecen a los partidos de izquierda, pero la
mayoría no, porque las izquierdas también han sido centralistas y han operado
en la cúpula del sistema, tal como el sistema en general.
Las
izquierdas están dispersas. Pero aún si estuvieran unidas, su unidad no tiene sentido sino no va vinculada a este movimiento.
Pero eso no es fácil porque se trata de intereses y culturas distintas. Y así
como es estratégicamente importante encontrar bases de unión en los distintos
movimientos de las izquierdas políticas, tanto o más importante es encontrar
una vinculación práctica entre las izquierdas políticas y las izquierdas sociales;
y entre éstas y el resto del pueblo. Sin las izquierdas sociales y sin el
pueblo en general, la unidad de la izquierda no tiene sentido. Mientras la
relación entre izquierda y pueblo no se reconstruya; mientras no se convierta
en una relación fraterna, igualitaria y fluida sin cacicazgos ni engaños, de
una y otra parte, nos veremos obligados y obligaremos al pueblo a votar por el
mal menor o por el exitoso de turno que llega por la izquierda para gobernar
con la derecha, o por el caudillo que roba pero hace obra.
Pero
ya no hay mal menor. Los cinco del patíbulo que encabezan las encuestas y
algunos de los que no están en ese grupo encarnan, todos ellos, males mayores.
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