Qué es la izquierda en el Perú
¿A
qué se puede llamar izquierda en el Perú de hoy?
Se
puede formular infinitas gradaciones en el significado de la palabra izquierda
dependiendo del lugar y el momento histórico que se vive. Izquierda es un
concepto político relativo a la ubicación de los otros sectores políticos.
Izquierda es el cambio social, mayor o menor, en relación con derecha que es la
permanencia en un sistema que se considera injusto.
En
el propósito de enfrentar unidos el próximo proceso electoral, quienes nos
consideramos personas y grupos de izquierda debemos empezar por definir los
límites, los grandes parámetros que limitan el campo de lo que puede llamarse
izquierda en el Perú actual.
En
el plano internacional, izquierda sería aquella posición que plantea una
política nacional independiente acorde con los intereses estratégicos del Perú
como país y como nación. Pero esta independencia se planea en relación con los
poderes que nos dominan. En cambio, al mismo tiempo, se plantea una relación de
interdependencia, una relación democrática e igualitaria con los países que
comparten nuestra cultura, es decir con la gran nación latinoamericana. Esta
posición difiere de las posiciones que pretenden cooperar a la rehabilitación
de la decadente hegemonía norteamericana. Significa una política que rechace o
se aleje de cualquier intento de someter los intereses nacionales a los de
cualquier superpotencia, en especial los Estados Unidos.
Esto
es muy importante puesto que los gobiernos de Toledo, García y Humala, han
pretendido y pretenden asimilarnos a proyectos de carácter divisionista de la
unidad latinoamericana como los Tratados de Libre Comercio promovidos por los Bush,
Clinton y Obama; el actual eje México, Colombia, Perú y Chile y el Tratado
Transpacífico. Estos son proyectos que en la práctica han equilibrado desde el
Pacífico la política integradora del Mercosur y Unasur en el Atlántico y el
Caribe.
Esta
política internacional debe ser armónica con la necesidad de mantener en paz y
limpio el planeta tierra, libre de guerras y de contaminación. La necesidad de
impulsar de verdad una política ambiental, internacional y nacionalmente; y una
política contraria a cualquier conducta que pretenda uncirnos al carro de
guerra de cualquier potencia.
Antes
tuvimos modelos. Fueron modelos sucesivamente, la Unión Soviética, la China
Popular y la Cuba Socialista. Ya no debemos tener modelos. Las experiencias de
los pueblos soviético, chino, coreano, cubano, alemán en su momento,
venezolano, deben ser solo experimentos sociales que merecieron en el pasado y
merecen en el presente nuestra plena solidaridad. Pero los observamos
atentamente con mirada crítica, para saber qué sería lo que haríamos o no
deberíamos hacer en nuestro país para construir una democracia abierta a todos.
En
el plano nacional se trata de hacer conciencia de que nos encontramos al fin
del ciclo neoliberal que viene desde los noventa. Esta comprobación de la desaceleración
china, la crisis económica y política de Europa, el cataclismo del Medio
Oriente y el estancamiento decadente de los Estados Unidos, abre la puerta a
dos alternativas: la derechista que insiste en seguir y aun profundizar un
camino que nos conduce a la agudización del estancamiento y la crisis que ya
vivimos; o la posición de izquierda que consiste en abrir el camino a una nueva situación en la
cual los peruanos, mediante una base económica sustentada en nuestro propio
esfuerzo, podamos empezar a disfrutar de una vida segura y pacífica,
garantizada por el Estado y la sociedad, en todos los planos. La seguridad
humana, la seguridad ciudadana y la seguridad social, son objetivos fundamentales
que caracterizan a una posición de izquierda. Esto significa poner fin al
dominio que han estado ejerciendo los monopolios y las mafias sobre el estado
nacional y la vida de los peruanos. Significa también promover la apertura del
sistema político al pueblo en general y apoyarse en la libre participación de
las fuerzas sociales en el terreno económico, productivo y político.
Pero
dentro de estos grandes parámetros puede haber muchas formas distintas de
encarar el desarrollo económico, político, social y cultural de nuestro país.
En consecuencia, no hay una izquierda, hay muchas izquierdas. El campo de la
lucha por el cambio social es amplio, ancho. Por eso es también que, hablando
históricamente, se puede decir que hay muchas
corrientes de izquierda en el Perú.
Hagamos
un recuento rápido.
Desaparecidas
como organizaciones, están vigentes en ideas, principios y grandes enseñanzas,
las posiciones anarquistas de los comienzos del siglo pasado que resaltan la
directa vinculación de ética, cultura y política, la democracia directa y de
base. A su lado subsiste el marxismo leninismo ortodoxo representado por el
partido comunista peruano desde los años treinta, y le sigue el partido
comunista Patria Roja que asumió las posiciones chinas en los sesenta. Sin
embargo, el marxismo leninismo de ambos, los convirtió en partidos de cuadros
pero no partidos de masas, hechos para la revolución al estilo soviético pero
no para la lucha electoral. Tal característica los hizo perder la competencia
con el Apra que, como partido populista, ganó la competencia en las calles y en
las elecciones.
Luego
están, en orden cronológico, la denominada nueva izquierda nacida de Vanguardia
Revolucionaria en los setenta con sus múltiples bifurcaciones, los movimientos
de raíz cristiana, nacidos de la teología de la liberación al abrigo del
Concilio Vaticano II, las corrientes que vienen desde la izquierda guerrillera
del MIR y el ELN; los grupos autodenominados velasquistas que quieren ser
herederos del proceso militar revolucionario del sesentaiocho, las diferentes
corrientes socialdemócratas de los años ochenta y siguientes, expresadas en
muchas organizaciones no gubernamentales con financiamiento europeo, los
movimientos de derechos humanos, las organizaciones feministas, los partidos
que surgen del ambientalismo y, finalmente, las organizaciones derivadas del gobierno de
Ollanta Humala y su denominada y frustrada “gran transformación”.
Son
distintas posiciones y visiones diferentes del Perú y del mundo, distintas
tradiciones que originan fuertes identidades de grupo, surgidas de experiencias
políticas a veces traumáticas. En general, algunas de estas posiciones anteponen
la lucha por reivindicaciones económicas y laborales a la lucha por la
democracia. Otras ponen el acento en la democracia política y subestiman u
olvidan las reivindicaciones económicas. La relación menor o mayor con los
procesos revolucionarios de Cuba y Venezuela, la actitud más crítica o menos
crítica frente a estos procesos es también otra característica que las
diferencia.
Lograr
una propuesta unitaria a partir de este gran conglomerado implica encontrar o
construir un nivel superior programático que permita la confluencia de estas
posiciones diversas en un solo gran programa nacional e internacional, una sola
estrategia que afirme la defensa de los intereses del pueblo peruano en el
corto, mediano y largo plazo.
Estas
izquierdas han venido siendo sistemáticamente marginadas del espacio político,
reducidas a la minoría y relegadas solo a la aislada, circunstancial y limitada
protesta social. La derecha dice que las izquierdas son insignificantes y eso
parece expresarse en los escasos resultados electorales de sus partidos. Al
mismo tiempo, los gobiernos de derecha, desde Fujimori hasta Humala, han
seguido la tradición republicana de criminalizar la protesta social; llaman a
la policía e incluso al ejército para que los mantenga a resguardo de reclamos
y protestas con balas, represión y estados de emergencia.
Subestiman,
minimizan a la izquierda política, y criminalizan a la izquierda social.
El
predominio de las empresas sobre el Estado, el gobierno de los grandes grupos
económicos, en una palabra el “sistema” marginador, constituye un régimen que ha
sido constituido por la derecha y las grandes empresas a lo largo de treinta
años y que las mafias pretenden continuar imponiendo año tras año al Perú, a
pesar de las protestas del pueblo perjudicado por los abusos de los grandes.
Lo
que llamamos “sistema” está formado por un Estado gobernado por las empresas y
sus abogados; un parlamento reducido a su más bajo nivel intelectual, moral y
político; unos medios que practican la manipulación visual y periodística, que
son corruptores y alienantes; y un conjunto de líderes políticos abiertamente
corruptos.
El
sistema está cerrado con fuertes candados a la participación popular. En ese
“sistema”, si Ud. quiere ser Presidente de la República tiene que acreditar un
millón de firmas por lo menos para abrir el candado. Como en el Perú neoliberal
nadie da nada por nada, usted necesita de entrada al menos un millón de soles
para “conseguir”, es decir comprar, el millón de firmas. O usar distintos
subterfugios, pretextos o regalos, desde las cocinas de Keiko hasta regalar
cajitas de fósforos con la estrella del Apra como están haciendo los apristas
en los barrios de Lima. Luego, la Oficina Nacional de Procesos Electorales ONPE
le cobra cincuenta centavos por verificar cada firma por primera vez y ochenta
centavos por segunda vez, lo que significa un mínimo de 500 mil soles más que
pueden llegar a otro millón. Y si quiere tener acceso a la televisión requerirá
pagar 6,000 dólares promedio por minuto en horario estelar, es decir 360,000
dólares la hora.
La
verdad es que el pueblo del Perú tiene cerrado el acceso al sistema político.
La democracia está encadenada. Le han puesto cadenas a la democracia.
La
izquierda debería decir claramente que el sistema electoral, parte clave del
sistema político, está bloqueado al pueblo. La democracia peruana es, en
realidad, dictadura de las empresas y plutocracia. O peor, está en camino a ser
una narcocracia.
Aquellos
que han capturado el gobierno que debería pertenecer a los peruanos y las
peruanas quieren quedarse indefinidamente en el poder para continuar haciendo
lo que han hecho durante todos estos años: enriquecerse. Acusan de ser
dictadores a otros gobernantes que son reelegidos democráticamente en
Latinoamérica pero ellos ya llevan 25 años en el poder haciéndose elegir con
trampas para mantener el denominado modelo neoliberal.
Hay
que abrir los candados para que entre un aire puro y renovador.
Los
poderes transnacionales aprovecharon la tragedia peruana que era consecuencia
simultánea de la irresponsabilidad de las políticas económicas inflacionarias y
la sangrienta estupidez del terrorismo para apoderarse del gobierno peruano, se
instalaron en los ministerios y en el congreso, con la decisión de no moverse
más de allí. Le dieron al pueblo a cambio la estabilidad de la macroeconomía
pero la inestabilidad en el empleo y los hogares; y la paz basada en la
alienación y la sofocación violenta de la protesta social. Por eso se concentró
la propiedad de las cadenas de radio y televisión postergando indefinidamente
las licencias de los propietarios de radioemisoras y canales que sirvieron a
Fujimori a pesar de los comprobados delitos que cometieron; y además no les
cobraron los impuestos que deben. Por eso, mientras se prohibió la reelección
de gobernantes regionales, provinciales y distritales, se mantuvo la reelección
indefinida de los congresistas. Por eso, mientras los profesores universitarios
deben cesar obligatoriamente a los setenta años según la nueva ley
universitaria aprobada en este Congreso, los mayores de setenta pueden seguir
reeligiéndose indefinidamente en el Congreso. Por eso se usó el presupuesto del
Perú para pagar salarios del primer mundo a congresistas, ministros,
viceministros y ejecutivos (para comprarlos) mientras se mantenía con salarios
del tercer mundo a maestros, médicos, trabajadores y trabajadoras de la salud.
Por eso se aprobó mediante un fraude electoral la Constitución de 1993 que
prohíbe al Estado tener empresas. Por eso se permitió y se promovió el
embrutecimiento del pueblo con programas basura, se premió y premia con
anuncios estatales la destrucción de la dignidad y la moral que hace día y
noche la televisión. Por eso se las ingeniaron para anular los estudios de
historia y educación cívica en las escuelas.
Promueven
el temor a la revolución, a las reformas, a la distribución de la riqueza, a
los salarios altos, a los derechos sociales.
Ellos
tienen ahora la sociedad que quisieron. La de pasarse todas las luces rojas en
todo y para todo. La sociedad convertida en el libre mercado de los principios
y las voluntades. Quieren un pueblo ignorante, inculto, sin educación cívica,
sin valores y sin memoria. Prefieren eso a tener que vérselas con una población
consciente de su dignidad y derechos.
Nada
de eso debe ser ignorado. So pretexto de defender una democracia casi
inexistente, no debemos tolerar el infame pacto de hablar medias verdades,
eufemismos y mentiras disimuladas mientras nuestro país se hunde en el pantano.
Una
rebelión moralizadora y reivindicadora de los valores cívicos es necesaria para
impedir que el Perú siga rodando por la pendiente de la vergüenza. La izquierda
debe liderar esa rebelión. No debemos confundir el extremismo con la verdad.
Podemos y debemos decir la verdad sin extremismo, asumiendo la responsabilidad
de las tareas consiguientes que debemos realizar juntos.
Es
imprescindible exigir la apertura del sistema electoral a los movimientos
democráticos y al pueblo en general.
Pero
para ello debemos reconstruir nuestra relación con el pueblo.
El
otro gran problema a solucionar es la relación entre izquierdas y pueblo. En
las décadas recientes han surgido cientos sino miles de movimientos distintos
enfrentados a las acciones contaminadoras o saqueadoras de las grandes empresas
y el gobierno central. Es lo que podríamos llamar una izquierda social. Estos
movimientos son integrados o promovidos por grupos distintos, no siempre
vinculados ni articulados. Es un movimiento diverso, activo, pero disperso y
desarticulado.
¿A
qué llamamos izquierda o izquierdas sociales?
A
las decenas de miles de líderes locales, comuneros, amazónicos, campesinos,
obreros, que lideran las protestas. Algunos pertenecen a los partidos de
izquierda, pero la mayoría no, porque las izquierdas también han sido
centralistas y han operado en la cúpula del sistema, tal como el sistema en
general.
Díganlo
o no, quiéranlo o no, la relación de las izquierdas políticas con las sociales
se ha operado a través de las organizaciones sindicales, populares o comuneras.
Y se ha limitado a ganar o capturar las direcciones para establecerse en ellas
haciendo una política exclusiva y excluyente. Por eso tenemos una CGTP, un
SUTEP, una Federación de Construcción,
una Federación Minera que no han sido, ni son, como deberían ser: escuelas de
política, de historia del movimiento popular, de sindicalismo, de preparación
formación y renovación de dirigentes. Por eso envejecemos en los cargos,
negando la renovación de las organizaciones porque tememos que esa renovación
ceda paso a la derecha también en el medio popular. La consecuencia de esta
ilusión en que creemos que porque tenemos las direcciones tenemos al pueblo,
nos ha llevado al aislamiento y la autoreclusión en grupos minoritarios. Porque
además, en una sociedad tan movediza como la peruana de hoy, el pueblo
desorganizado es mucho mayor que el organizado.
La
unidad de las izquierdas no tiene sentido sino va vinculada a este gran
movimiento. Pero eso no es fácil porque se trata de intereses y culturas
distintas. Y así como es estratégicamente importante encontrar bases de unión
en los distintos movimientos de las izquierdas políticas, tanto o más
importante es encontrar una vinculación práctica entre las izquierdas políticas
y las izquierdas sociales; y entre éstas y el resto del pueblo. Sin las
izquierdas sociales y sin el pueblo en general, la unidad de la izquierda no
tiene sentido ni garantiza un porcentaje electoral que vaya más allá del 1%.
Mientras la relación entre izquierda y pueblo no se reconstruya; mientras no se
convierta en una relación fraterna, igualitaria y fluida sin cacicazgos ni
engaños, de una y otra parte, nos veremos obligados y obligaremos al pueblo a
votar por el mal menor o por el exitoso de turno que llega por la izquierda
para gobernar con la derecha, o por el caudillo que roba pero hace obra. Tal
como sucedió en 1963 con el primer Belaunde, en 1985 con García, el 2000 con
Toledo y el 2011 con Humala.
Y
luego, aunque no por mencionarlo al último es menos importante, tenemos a los
ciudadanos y ciudadanas en general; de todas las clases sociales, de todas las
ideas, de la ciudad, en los barrios, en el campo.
Por
eso es que, además de la apertura del bloqueado y corrupto sistema electoral,
se impone un programa inmediato que debe ser exigido a los candidatos populares
y verdaderamente democráticos que concurren a este proceso en condiciones
desventajosas. Ese programa debe estar compuesto, entre otras, por las
siguientes medidas que obedecen a urgentes problemas populares que necesitan
solución: inmediata reorganización del seguro social para que los pacientes
dejen de hacer colas humillantes. Inmediata intervención en la Sunat para que
cobre a los grandes deudores del Estado y deje de perseguir a los pequeños
productores y comerciantes. Inmediato retorno de todos los policías al
cumplimiento de sus obligaciones de cuidar la seguridad pública en vez de estar
cuidando minas, bancos, chifas, restaurantes de lujo y supermercados, cuyos
propietarios deben pagar su propia seguridad, aparte de la seguridad pública
que el Estado tiene la obligación de garantizarles. Inmediata disminución de
los leoninos intereses que cobran los bancos a los usuarios de tarjetas de
crédito. Inmediata subida del salario mínimo para equipararlo con la canasta de
alimentos y servicios. Inmediata limpieza y reparación de los hospitales y las
escuelas. Inmediata contratación de los inspectores de trabajo que sean necesarios
para vigilar el cumplimiento de los derechos laborales por las empresas.
Inmediato cese de todas las actividades contaminantes de las empresas mineras
con respeto por las poblaciones locales. Inmediata reorganización del sistema
de AFP para que dejen de estafar a los trabajadores ofreciéndoles un retiro que
será mísero en la realidad.
Estos
y otros puntos deben ser puestos en debate. El pueblo debe dejar de ser
utilizado para llegar al poder por quienes después lo usan en su propio beneficio
olvidándose de lo que dijeron y prometieron. Nunca más engaños. Nunca más
trampas. ¡Los políticos que no cumplen sus promesas a los electores deben ser
castigados como son castigados los estafadores!
En
resumen, me permito sugerir algo que ya ha sido propuesto por muchos
compañeros. Un programa común de medidas inmediatas que incorpore las
necesidades de los jubilados, los pacientes, los trabajadores de la salud, los
pobladores de barrios pobres. Que garantice la seguridad ciudadana de todos
incluidas las clases medias y altas. Un frente de frentes con una lista
presidencial unitaria en que entremos todos. La conversión de las
organizaciones sindicales en escuelas.