miércoles, 14 de marzo de 2018

El Arte y lo sagrado


EL ARTE, LO SAGRADO Y LOS
UNIVERSOS CULTURALES


En su clásico Estudio de la Historia, Arnold J. Toynbee muestra universos culturales, distintas  formas de vida en el planeta. Vivimos un mundo diverso que es varios mundos a la vez, culturas y micro culturas que se interconectan cada vez más con la llamada globalización, mientras que los sujetos humanos que los forman junto con otros seres, se aíslan cada vez más encerrándose en sus universos personales. El mundo son muchos universos, tal como el universo es muchos mundos y cada uno de nosotros los tiene también.
Entre los mundos culturales están la cultura americana y el universo cultural andino.
Toynbee  define a la unidad inteligible del estudio histórico como una sociedad que es menos que humanidad global y más que Estado. Así distinguió sociedades, además de la Cristiana Occidental: Cristiana ortodoxa, Europa Sudoriental y Rusia, el mundo eslavo; Islámica; las sociedades de África septentrional, el Medio Oriente, desde el Atlántico hasta el lado exterior de la Muralla China, la Hindú, el subcontinente tropical de la India, el Lejano Oriente, las que pueblan las regiones subtropical y templada entre la zona árida y el Pacífico. Entre ellas encuentra lo que llama señales de paternidad y filiación. En lo referente a la cultura denominada occidental, la filiación correspondería a la sociedad helénica hasta los tiempos en que dejó de ser creadora, el Imperio Romano como estado universal en el que cobró cuerpo la sociedad helénica, la caída e interregno del imperio con la iglesia romana y sucesores; la Cristiana ortodoxa, gemelo de la sociedad helénica desplazada hacia el NE a través de Rusia y Siberia, sometida por el Imperio Bizantino; la Sociedad Siríaca que se remonta a los tiempos del Rey Salomón, germen según él del poder creador del cristianismo y también germen creador del Islam, el Imperio Aqueménida o Imperio persa de Ciro hasta la conquista macedónica de Alejandro; la Iránica y arábiga, sociedades gemelas, una sunní y la otra chií; el mundo de los mongoles y el gran Turquestán, el Imperio de los Guptas 375 475DC, el hinduismo que expulsa y suplanta al budismo; los hunos de la estepa eurasiática. La sociedad hindú, 475 DC. Sankara, padre de la filosofía hindú, 800.

El caleidoscopio humano construido por Toynbee sigue presente y es a veces reemergente en las grandes realizaciones, los conflictos y las guerras de hoy. Las culturas no son piezas de museo sino realidades vivientes, palpitantes, cambiantes.

Cada uno de estos universos tiene su manera de entender lo sagrado, pero a la vez también hay entre ellos espacios tangenciales y universales. Somos homo sapiens habitantes de un planeta, eso significa que también hay otra visión de lo sagrado que es la de los principios permanentes que vienen genéticamente desde el comienzo de la especie. Hay dos planos: cuando dices “mi madre es sagrada”  estás aludiendo a un principio humano, biológico. No puedes matar, ni maltratar, ni violar a tu madre, porque es sagrada. Cuando dices: mi hija es sagrada, es lo mismo. Estás aludiendo a un mito y un tabú cuya ruptura equivale a quebrar las leyes de la especie que son, en el fondo, como sostenía Kant, las leyes de la naturaleza. En este sentido, lo sagrado asume la categoría de principio, de intocable e inviolable.

Pero también puedo decir que el Buda es sagrado o que Confucio o Lao Tsé son sagrados y ya me estoy ubicando en una religión geográficamente determinada en un universo cultural. Ambos fueron hombres, pero fueron sabios y son sagrados sin ser dioses. Lo sagrado entonces, se distingue de lo divino y puede llegar a ser laico.

El pensamiento chino enfatiza la necesidad de armonizar las relaciones del ser humano con el cosmos, con la sociedad y con uno mismo. Encontramos este esfuerzo en todas las escuelas de pensamiento. Son las “religiones de la armonía” [1]. Es la idea taoísta de lo trascendente. En el pensamiento chino, según Duceux, la trascendencia se remonta al Daoísmo y precede a Jesús; la trascendencia es un fenómeno espiritual que habla de un ser humano que ha sobrepasado su condición terrenal. Pero a diferencia de la idea occidental que separa alma y cuerpo, cielo y tierra, en el pensamiento daoísta se trata de una continuidad entre materia y espíritu que el ser humano puede lograr, una escala ascendente que se puede recorrer. Se trata de “preparar el espíritu vaciándolo de todos los límites que lo atan para acceder a la comprensión del universo”[2]. Esta idea y práctica la encontramos también en el budismo.

No se trata de un camino de seres superiores, se trata de un camino que todos pueden recorrer. Porque el estado espiritual supremo carece de sofisticación. Jesús llamó a eso “pobreza de espíritu”, ausencia de sentimiento de superioridad, humildad, carencia de codicia.

Eso tiene que ver también con el arte en la medida que permite trascender de lo personal a lo universal, de lo temporal a lo permanente.

Son distintos el arte indio, de la India, con el arte indio andino, o el arte occidental, o el africano. Pero eso no significa que no existan vínculos entre ellos. Debemos tener en cuenta las influencias, a veces las copias, de un arte respecto de los otros. Los occidentales copiaron mucho de lo oriental y lo desarrollaron; el arte occidental y africano, en ese sentido, es también, como sabemos, oriental.

En el criterio andino, la tierra forma parte de la religión, pero la religión es cósmica, es el mundo. Hay una aproximación cósmica, integrada, al planeta que nos acoge y rodea. Por el contrario, lo que caracteriza a la civilización que llamamos moderna y occidental, es la separación: todo lo separa, todo lo segmenta en nombre de la perfección, la seguridad en los resultados y la eficiencia. El poder político está dividido en poderes distintos, la justicia se ha segmentado del derecho (una cosa es lo justo y otra lo legal), el alma se ha separado del cuerpo, la humanidad se ha fraccionado en millones de individuos que reclaman autonomía e identidad.

Cuando decimos cultura occidental aludimos a la cultura capitalista, materialista contemporánea, que es la cultura de la separación, en que también se separa la iglesia del estado; y el Estado, de los ciudadanos, y la sociedad del Estado y el Estado en poderes autónomos. Cuando se producen todas esas separaciones el arte también se aparta de la religión y el culto, pero sigue siendo sagrado con el Greco, con Rouault, Miguel Ángel, Rafael, con Mozart. Con Goya, cuando pinta la tragedia humana. Entonces aparece un arte religioso y un arte secular, pero el arte secular no deja de ser espiritual, sagrado y hasta religioso.

En cambio culturas como la andina vinculan todo. No hay una diferencia entre la religión como culto y la religión como creencia.

El arte medieval no podía concebir una pintura que no estuviera en una iglesia, los frescos, las esculturas, la música, el teatro, eran parte del culto.

Por más realistas, hiperrealistas o abstractos que sean, los pintores siempre pintan desde adentro de ellos mismos, por eso es tan fácil diferenciar el estilo de un pintor con el de otro, precisamente porque está muy individualizado. No solo se divide, sino también se individualiza.

Cómo conciliar estos extremos de separar y juntar todo.  No hay conciliación, son culturas distintas, una es la cultura capitalista occidental y otras son las culturas tradicionales o clásicas. Eso no significa que no existan vinculaciones entre ellas. No hay rupturas totales, pero sí separaciones.

La separación es la idea de eficiencia de la especialización. Clasificas, especializas, separas, para dominar mejor los fenómenos y las gentes. También es cierto que ahora se está de regreso de todo eso.

Los grandes pensadores actuales se sienten limitados por la especialización, han vuelto a integrar.

Tanto las artes denominadas (o mal denominadas) finas o bellas como las artes plásticas, el teatro, la música, la poesía, la narrativa, por ejemplo; o también las denominadas artes populares como la artesanía, si se las extrae del mundo comercial que las ha dominado, contienen profundas expresiones personales a la vez que aluden a grandes principios. Y en ese sentido, en su relación con lo intangible y permanente, con aquello que trasciende a cada época, podemos decir que tienen relación con lo sagrado, en el sentido de lo trascendente y principista que está más allá del estilo, la especialidad o la localidad. Eso por supuesto está mucho más allá de lo religioso, a pesar de que también puede incluirlo.

Se trata de un tema tan amplio tan inmensamente amplio que solamente podemos arañar la superficie.

Sabemos que el arte es una realización y una experiencia humana; pero el arte refleja una relación entre lo humano como realidad material existente y lo humano como realidad inmaterial. El arte es una forma de ser pero también de hacer y es una forma de transformar y convertir algo que es prosaico, común, en algo que es trascendente; algo que es insignificante en algo que tiene significado Y desde ese punto de vista podemos decir que es precisamente ese camino, ese curso entre lo que no tiene significado y lo significante, lo temporal y lo trascendente, aquello que el arte construye y que se convierte en una creación.

Podemos decir que lo sagrado es aquello que no podemos explicar. Muchas cosas en el mundo nos parecen obvias y por tanto no precisan que nos interroguemos sobre ellas; y sin embargo es el mismo mundo, nuestra misma existencia, nuestro viaje desde un lugar desconocido hasta otro lugar desconocido, aquello que no tiene explicación Y entonces podemos llegar a decir que si lo sagrado es aquello tan respetable, tan misterioso que no tiene explicación, entonces todo el mundo incluidos nosotros, no tenemos explicación. Hay por tanto una relación entre aquello de lo cual partimos y que vamos añadiendo a lo ya inexplicable con aquello que no nos podemos explicar. La relación entre lo sagrado y lo artístico es una relación que se diluye en sí misma, se licúa en nuestras manos.


[1] DUCEUX Isabelle. Formas de la trascendencia en el Daoísmo temprano. El Colegio de México. Estudios de Asia y África. Estudios de Asia y África, vol. XL, núm. 2, mayo-agosto, 2005, pp. 269-297
[2] DUCEUX. Artículo citado pág. 285.

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