Era 1956. Después de acusar a los
comunistas de haber homenajeado al banquero Manuel Prado como el “Stalin
peruano” entre 1939 y 1945 (cosa que nunca sucedió), después de señalar a Prado como “el hijo del traidor del
79”, los apristas acabaron ese año votando por él. Obedecieron
disciplinadamente a su jefe Víctor Raúl Haya de la Torre. Dejaron en la
estacada a Hernando de Lavalle, el otro banquero (del Banco de Crédito). En
esas elecciones compitieron dos banqueros. Tú
lo conoces, vota por él, era el lema de Prado. Lavalle es el hombre, el de Lavalle. Nosotros decíamos This is the man: Lavalle, aludiendo a
sus vinculaciones con Estados Unidos.
Prado había ofrecido amnistiar al
Apra apenas alcanzada la presidencia. Así se produjo el acuerdo que sería
llamado la convivencia.
El Partido Comunista había pasado
una larga ilegalidad. Entre 1948 y 1956, parte de sus dirigentes estaban en el
Frontón, la Penitenciaría y la Cárcel Central y otra parte vivía en el exilio,
en México DF, Buenos Aires y Chile. En Lima, Arequipa, Huancayo y otras
ciudades, se mantenían pequeños comités clandestinos. En San Marcos y otras
universidades había fracciones universitarias y círculos de estudios. Pero si
te pillaban un libro marxista ibas preso. Los libros sobre la Unión Soviética y
China los vendía el dueño de la librería La
Universidad en un cuarto oculto y oscuro al fondo de la librería de la
calle La Colmena, donde solo conocidos entraban con mucho misterio.
Con gran esfuerzo, probablemente
allá por 1954, se logró realizar una convención nacional de emergencia que
eligió una Dirección Nacional Provisional, una Comisión Política y un
Secretariado. En Lima se formó un Comité Local al que pertenecieron Alfredo
Abarca, que vivía en la clandestinidad buscado por la dictadura por haber
asistido a un Congreso por la Paz; Virgilio Roel, que había salido del Frontón
un año antes y Juan José Vega, periodista, hijo del escritor Anaximandro Vega.
Eran dirigentes nacionales Mariano Muñiz del Cusco y otros camaradas de Junín y
Arequipa. En Lima y Arequipa se publicaban pequeños periódicos mimeografiados.
Había comunistas en las direcciones de los sindicatos importantes: Federaciones
Departamentales de Cusco y Arequipa, Tranviarios y Choferes de Lima, Cerveceros
y Portuarios del Callao. El partido tenía una latente e importante fuerza
sindical. Por su parte, el Apra mantenía su presencia entre los trabajadores
textiles.
El Secretariado estaba formado
por el poeta tacneño Omar Zilbert, y los camaradas Rojas, llamado Coronel
porque había combatido en la guerra civil española y Marcos Godiño, un maestro.
A diferencia del Apra que inundó
el parlamento con sus líderes, la situación del Partido Comunista, era de semilegalidad. Su solitario diputado
era el cusqueño Efraín Ruiz Caro, quien había pertenecido a la Juventud
Comunista, pero ganó una curul por el flamante Partido Social Progresista. A
pesar de la amnistía, el partido seguía proscrito porque el art. 53 de la
Constitución de 1933 prohibía las organizaciones políticas internacionales, de
manera que no podía abrir locales ni publicar periódicos con su nombre. La
representación pradista y los apristas se negaron a aceptar la posibilidad de
una reforma de la Constitución anulando el artículo.
La dirección provisional acordó
publicar un periódico. La tarea fue encargada a César Lévano, apenas salido del
Frontón después de cuatro años de prisión, a don Francisco Castillo, un
veterano periodista especializado en el box, y a mí, porque leía noticias en El Diario de las Informaciones, un
noticiero de la Radio Central, muy popular en la época y era Secretario
Nacional de prensa en el secretariado provisional.
César Lévano empezó a trabajar en
la Agencia de Noticias France Presse AFP, que dirigía Alberto Brun, un
periodista argelino de izquierda (a raíz del asesinato del Che sería el aviador
que rescató a Regis Debray de su prisión en Bolivia). En la France Presse
trabajaban también Juan Pablo Chang, recién llegado de Francia y México; y Juan
José Vega, también militante del Partido por aquellos días.
Don Pancho Castillo era toda una
institución del periodismo. Había trabajado en Cascabel, el diario vespertino humorístico de Federico More, donde
escribía una columna sobre box y firmaba como Pancho Zuácate. Era un moreno ya
viejo, pobre, de andar lento, estaba siempre de muy buen humor y daba consejos
de antiguo periodista y conocedor del mundo popular.
Con Lévano y Castillo aprendí los
secretos y la habilidad del periodismo escrito en una época en que no había
computadoras ni celulares; y en que la máquina de escribir era el instrumento
principal del periodista.
Lévano sugirió el nombre Unidad, el
mismo del diario del Partido Comunista Italiano, el famoso PCI. Voz del pueblo, ritmo de la época era el
lema del periódico. Conseguimos que nos aceptara la imprenta Salas e hijos. Una
enorme imprenta con seis linotipos, cuatro planas y muchas máquinas Heidelberg,
ubicada en el sótano del edificio San Martín al lado del cine Metro y en la
plaza del mismo nombre. Montañas de hierro que se movían día y noche y un olor
a tinta inolvidable. Uno tenía que amanecerse al pie de las máquinas para ir
corrigiendo las pruebas y la fraternidad con los obreros gráficos era una
característica del trabajo. Con tantos encargos que tenía la imprenta, tenías
que ser amigo de todos para que tu periódico entre a tiempo a las máquinas.
Lo curioso era que, a partir del
tercer piso para arriba, estaba la embajada norteamericana, nada menos. De
manera que el periódico de los comunistas resultaba saliendo de los sótanos de
la embajada norteamericana. En la misma imprenta se editaba el semanario 1956
(cambiaba de nombre cada año) de Genaro Carnero Checa.
Con Mario Álvarez, uno de los
estudiantes comunistas expulsados de Argentina por Perón, recién llegado a
Lima, alquilamos una oficina en el segundo piso de una vieja casa de la calle
Cueva, frente al paradero de los tranvías de Barranco y Chorrillos, al costado
de la Plaza San Martín. Allí empezamos a recibir las visitas de los camaradas
que regresaban al Perú o salían de la prisión: Gustavo, Violeta y Rosina Valcárcel,
Jorge del Prado, Guillermo Mercado (murió en 1965 en la guerrilla), Raúl Acosta,
Juan Barrio y otros.
Camaradas de la juventud de
entonces empezaron a colaborar de diversas formas en el periódico. Julio
Dagnino en la corrección de pruebas. Carlos de la Riva, el gran pintor
arequipeño, enviaba por correo excelentes dibujos a carbón y pluma. Jorge del
Prado colaboraba con dibujos y artículos. En el primer número publicamos un
excelente retrato de Simón Herrera Farfán, dirigente obrero del partido que fue
torturado hasta la muerte en la prisión, hecho por De la Riva. Publicamos una
entrevista a la viuda de Herrera, que trabajaba en la encuadernación donde
también laboraban la viuda de Alfredo Mathews y Jorge Acosta, hermano de Raúl,
que había sido Secretario General del partido.
Jaime Salinas, en esa época joven
universitario y después abogado, era el mejor de los vendedores. Se
“piqueteaba” (se vendía en la calle) el periódico. Los jóvenes se ubicaban con
grandes cantidades de ejemplares en la Plaza Unión, adonde llegaban de los
barrios centenares de obreros para trabajar en las fábricas de la Avenida
Argentina. El periódico se agotaba. Desde luego, también se repartía en los
puestos de venta del centro de Lima y en los comités “de radio” (una
circunscripción menor al barrio) del Partido. Fue el nacimiento. El resto de la
historia es conocido.
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